La lucha por la reconstrucción de la IV Internacional y el papel del SU [Parte II]
El Este europeo provoca un salto de calidad en el SU: del revisionismo al reformismo Hoy, el SU que todavía se autodenomina de la ‘IV Internacional’ dejó de ser trotskista aunque mantenga el nombre de IV. Y ya abandonó el programa revolucionario de la toma del poder, de la lucha por la dictadura del proletariado.

El Este europeo provoca un salto de calidad en el SU: del revisionismo al reformismo
Hoy, el SU que todavía se autodenomina de la ‘IV Internacional’ dejó de ser trotskista aunque mantenga el nombre de IV. Y ya abandonó el programa revolucionario de la toma del poder, de la lucha por la dictadura del proletariado. El curso del revisionismo al reformismo se completó a partir de los procesos del Este, que caracterizaron como una profunda derrota del movimiento de masas que abrió una “crisis” en el “proyecto socialista”.
Por: José Welmowicki [1]
De esta forma, el ex SU dio un “salto” de una organización “revisionista” hacia el reformismo: además de eliminar explícitamente de su programa la estrategia de la dictadura del proletariado, todo se orienta por la democracia burguesa, o por la ‘radicalización de la democracia’, abandonaron incluso la concepción de centralidad de la clase obrera en el proceso revolucionario. La pérdida de referencia a partir del Este se reflejó en que pasaron a actuar como los partidos reformistas socialdemócratas o estalinistas.
La experiencia del Brasil
En ese sentido, lo que pasó en el Brasil ilustra bien ese proceso. El SU, a través de su organización, la DS, estuvo presente en la formación del PT en los años ’80 y también, en relación con la dirección lulista, caracterizó esta como clasista o incluso revolucionaria, y siguió sus pasos como un ala izquierda, en realidad, una oposición a su majestad.
No era un entrismo para ellos; era una participación como corriente en un partido estratégico. Ya en los ’90, la DS se integró cada vez más al aparato petista. Cuanto más elegía parlamentarios y más tarde prefectos (alcaldes), más se integraba, y sus cuadros pasaban a formar parte del aparato partidario y del Estado burgués.
Pasaron a ver como táctico lo de la participación en gobiernos burgueses de colaboración de clases, como el gobierno de Lula en el Brasil. Cuando Lula asumió el gobierno federal en 2003, la DS, que era en ese momento sección brasileña del SU, indicó ministros como Miguel Rossetti, y una serie de cuadros para funciones gubernamentales.
Desde la prefectura de Porto Alegre, fueron los impulsores locales de las ‘políticas sociales’ del PT, semejantes a las que la socialdemocracia había aplicado antes.
El resultado fue que la DS acabó por apartarse del SU y solo un pequeño sector de cuadros formó un nuevo grupo que se mantuvo en el SU y más tarde fue para el PSOL y pasó por nuevas divisiones. Una vez más, considerando el PSOL como partido estratégico.
Un “cambio de época”
Los procesos del Este significaron, para la inmensa mayoría de la izquierda, el inicio o la profundización de la bancarrota teórica, programática y política. Influenciadas por el estalinismo y sus variantes –para lo cual, como aparato, evidentemente el fin de la URSS significó una derrota histórica–, en diferentes medidas y con diferentes tonos, casi toda la izquierdas lloró el “fin del socialismo real”, el epílogo del “bloque socialista”, etc.
De esta forma, quedaron más expuestos todavía a los efectos de la brutal campaña ideológica del imperialismo sobre la “muerte del socialismo” y la “invencibilidad” del capitalismo y de la democracia burguesa. El caso del ex SU no solo no fue diferente sino que fue vanguardia teórica de ese proceso.
Para el ex SU, la caída del muro de Berlín generó nada menos que un “cambio de época”. Daniel Bensaïd, principal teórico de esta corriente después de Mandel, titula de esta forma un informe escrito que fue presentado en XIV Congreso del SU, en julio de 1995. En este texto, Bensaïd define el carácter de los cambios ocasionados por el fin de la URSS como una “gran transformación mundial”, específicamente, como un “cambio de época”. Destáquese que no habla de “periodo” o de “etapa”, sino de “época histórica”. Concretamente, para el ex SU había finalizado la época definida por Lenin como de “guerras, crisis y revoluciones” abierta con la Primera Guerra Mundial y el Octubre ruso –que el marxismo entiende como una época revolucionaria, la época imperialista–, dando lugar a otra diferente: “No estamos más en el periodo político de 1968, aún no salimos de la onda larga depresiva y estamos en el final de una época, abierta por la Primera Guerra Mundial y por la Revolución Rusa” [2].
La nueva “época” no solo ponía todo en cuestión sino, para Bensaïd, significaba un retroceso del movimiento obrero de casi un siglo, al identificar el “punto de partida” de los marxistas en una coordenada anterior a 1914:
[…] el laboratorio que se abre es de una amplitud comparable a la de principios del siglo, donde se forjó la cultura teórica y política del movimiento obrero: análisis del debate sobre el imperialismo, sobre la cuestión nacional. Debate estratégico sobre la reforma y la revolución, batalla sobre las formas de organización política, social, parlamentaria.
Esta “nueva época” sería esencialmente defensiva, pues, según Bensaïd, se inauguró con una derrota profunda del movimiento obrero: el “desmantelamiento de la Unión Soviética sin desembocar en una revolución política”. De esa forma, se plantearon como trazos para toda una época: “el debilitamiento social de los trabajadores” y la “crisis” del “proyecto socialista”.
Atribuía estas desfavorables “relaciones de fuerzas mundiales” no a factores objetivos sino a elementos subjetivos, como el retroceso ideológico del movimiento obrero debido a los “efectos profundos de la crisis del ‘socialismo realmente existente’”. Alertamos sobre el criterio metodológico de Bensaïd: no es que él tenga la opinión de que se abría un largo periodo de desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, que posibilitaría la obtención de reformas duraderas y la elevación de calidad de vida de las masas. Nada de eso. Bensaïd dice que se abre una nueva época, que él considera reaccionaria, a partir del “retroceso en la conciencia” y por la “crisis del movimiento obrero”, o sea, a partir de elementos subjetivos.
Afirma Bensaïd:
“Los cambios en las relaciones políticas globales luego de la caída del Muro de Berlín, el desmantelamiento de la Unión Soviética y la Guerra del Golfo dieron el último golpe, causando una crisis abierta, no coyuntural, en las formas de antiimperialismo radical de la fase anterior […] En este momento, la tendencia dominante internacionalmente es el debilitamiento del movimiento social (comenzando por el sindical) […] La izquierda revolucionaria está hoy más pulverizada y debilitada que hace cinco años […] Para la reconstrucción de un proyecto revolucionario y de una Internacional partimos de condiciones deterioradas”.
En ningún momento destaca no solo la importancia sino el propio hecho de la destrucción del aparato contrarrevolucionario estalinista mundial a manos de las masas soviéticas. Este hecho colosal ni siquiera existe en el análisis de Bensaïd. Y lo más importante, no responsabiliza por la restauración del capitalismo en la ex URSS a la vieja burocracia estalinista, sino a una “derrota” o “retroceso” político-ideológico del movimiento obrero. El ex SU respondió así al gran problema sobre quien, cuándo y cómo el capitalismo fue restaurado, a coro con las viudas del estalinismo: culpando los “límites” de las masas trabajadoras y no a la burocracia termidoriana y totalitaria del Kremlin.
La tendencia histórica del ex SU a la adaptación y capitulación a los grandes aparatos y a la “opinión general” de la izquierda, en un momento decisivo de la historia los llevó a un nuevo seguidismo: se juntaron al triste coro de lamentos de los nostálgicos del estalinismo.
El programa de la “nueva época”
Todo eso sirve para justificar un gran cambio en el armazón programático. Para Bensaïd y el SU hoy no está planteada la revolución socialista en el horizonte.
La “nueva” época exigía, en las palabras de Bensaïd, una “redefinición programática”, “construir un nuevo programa”. Eso no es un problema en sí mismo. Cualquier cambio importante en la realidad requiere una actualización programática. El problema del ex SU fueron las premisas teóricas a partir de las cuales comenzó a elaborar ese “nuevo” programa, y el método que utilizó para construirlo.
Bensaïd y el ex SU partieron de que la caída de la URSS significó un “eclipse de la razón estratégica”. Todo estaba “en cuestión” y ellos tenían vía libre para dejar definitivamente para atrás cualquier legado trotskista. Así, abandonaron el método trotskista de elaborar el programa a partir de las necesidades objetivas de la clase trabajadora para absolutizar el elemento subjetivo: la conciencia de las masas y, de esta forma, ellos pasaron a subordinar el programa a la “correlación de fuerzas” que, por su parte, expresaría ese “atraso” de la conciencia de las masas.
Consistente con la caracterización de que la época de crisis y de revoluciones abierta en 1914 estaba cerrada, y la nueva época está marcada por el retroceso, el problema del poder fue relegado para un futuro incierto porque las masas no lo verían como “inmediato”.
En ese contexto, la conclusión que ellos sacaron fue “adaptar” el programa a esa nueva época sin posibilidades revolucionarias. Bensaïd llegó a proponer, en su texto, las “nuevas” coordenadas programáticas pos Este. En Europa, el centro histórico del SU, el objetivo estratégico se volvió la lucha por “una Europa social y solidaria”, “una Europa pacífica y solidaria”, en oposición a la “Europa financiera y antidemocrática”. Algo muy semejante a las formulaciones actuales de la mayor parte de la izquierda europea.
Después de describir el fin de la URSS, las “nuevas instituciones” de la “globalización”, el problema de la “reestructuración productiva”, etc., en el nuevo orden unipolar, Bensaïd propuso una visión y un programa completamente reformista, en los moldes del concepto liberal de “ciudadanía universal” y de la utópica “democratización” y “humanización” del capitalismo, ideas enseguida muy difundidas en espacios como los Foros Sociales Mundiales y las más variadas ONGs:
“Otra forma de cooperación y crecimiento del plantea puede ser concebida: organismos reguladores internacionales sustituyendo al Banco Mundial / FMI / OMC / G-7; organismos de promoción del comercio internacional entre países de productividad similar; transferencia planificada de riquezas de países que la acumularon por siglos en detrimento de los países pobres; nuevos mecanismos de regulación de intercambios que permiten proyectos de desarrollo diferenciados; desconexión parcial y controlada del mercado mundial y una política de precios correcta; una política migratoria negociada en este contexto” (citaciones extraídas del texto “Un cambio de época”).
Como parte de la idea de un mundo “regulado” y “negociado” a la hora de “reformular los primeros contornos de una propuesta que lleve a una contestación del conjunto del orden establecido”, Bensaïd continúa enunciando los puntos centrales de lo que él llama “programa de transición”. No obstante, el lector demora para percibir que el contenido de tal programa no pasa de un programa mínimo socialdemócrata basado en el concepto de “ciudadanía”, derechos civiles (dentro del Estado burgués), y marcado por la completa ausencia de cualquier medida anticapitalista. Por eso, cuando hablan de programa se refieren a que el programa de transición de hoy es… ¡un programa de reformas!
Este cuadro puede ser usado para todo, excepto para establecer un programa para un partido revolucionario y una internacional que se identifique con la IV Internacional de León Trotsky.
¿Qué es hoy el SU?
A pesar de utilizar el nombre ‘IV Internacional’, la organización internacional y los partidos del SU funcionan de forma opuesta al programa y los estatutos de la IV fundada en 1938, pues son una federación laxa de partidos y movimientos reformistas y centristas.
A pesar de haber perdido fuerza en las últimas décadas, como consecuencia de su giro político, como se refleja en su último congreso en 2018, con una caída importante de número de militantes, ellos sirven hoy de punto de encuentro para grupos, dirigentes o intelectuales de izquierda que se apartaron de las posiciones revolucionarias y evolucionaron hacia la derecha luego de la caída del estalinismo debido al Este europeo. Pero sus elaboraciones tienen un alcance internacional y hoy sirven para justificar teóricamente la capitulación de la inmensa mayoría de la izquierda a la democracia burguesa y al reformismo. Como es típico de las organizaciones reformistas, las referencias políticas del SU actual son sus parlamentarios o dirigentes de los partidos como el Bloco de Esquerda [Bloque de Izquierda] o Podemos.
El SU fue una de las principales corrientes ideólogas e impulsoras de los partidos “amplios” y “anticapitalistas”, en verdad con programa reformista, en especial en Europa (el Bloque de Izquierda portugués, Podemos del Estado español y otros).
Su organización más importante, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) francesa fue disuelta para fundar el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) en 2009, con un programa reformista, al abandonar explícitamente la lucha por la dictadura del proletariado.
Poseen también partidos y movimientos en Asia, como el LPP paquistaní, que evolucionó del trotskismo hacia un partido amplio reformista del tipo de los europeos. Su grupo italiano, Sinistra Crítica [Izquierda Crítica], conocido por su histórico dirigente Livio Maitán, que anteriormente tenía un papel importante en el SU y que practicó la línea del entrismo sin diferenciación en Refundación Comunista, llegó a tener parlamentarios, incluso un senador, y acompañó el fracaso y la decadencia de Refundación debido a su apoyo al gobierno burgués de Romano Prodi. Hoy, después de una caída significativa de su militancia, Izquierda Crítica se dividió en dos y el SU en Italia quedó reducido a un puñado de militantes sin intervención real en el movimiento.
En Francia, el SU incluye tanto el NPA (la mayor parte de los militantes, pues dentro de él hay sectores que no son del SU), como Izquierda Anticapitalista, corriente que rompió con el NPA en 2011-2012 para adherir al Frente de Izquierda de Jean Luc Mélenchon.
Pero no hicieron ningún balance crítico de la sucesiva decadencia de los partidos más importantes que llegaron a tener. Para ellos, la culpa de esos fracasos es de la “crisis del proyecto socialista”, del ‘retroceso de la conciencia de las masas’.
Peor todavía, avanzan cada vez más en el sentido de la disolución y de la adaptación a la democracia burguesa. Fueron avanzando más todavía en esa dinámica y hoy aceptan programas aún más rebajados que los iniciales del giro a los partidos amplios. Su último congreso confirmó la orientación de los últimos años. El ex SU, armado con sus elaboraciones pos Este, se transformó en una entusiasta impulsor de los partidos neorreformistas, aceptando sus programas que ya no defienden el socialismo ni para los días de fiesta, que no solamente no van más allá de defender la democracia burguesa sino que son directamente proimperialistas. Es el caso de Podemos (donde también disolvieron su partido Izquierda Anticapitalista); del Bloque de Izquierda portugués, donde componían una fuerza muy importante y también se disolvieron; o de Syriza en Grecia, en el cual mantuvieron el apoyo a la participación de la DEA incluso después de que Syriza hubo llegado al gobierno, y de someterse totalmente a la Unión Europea, a pesar de que su sección griega, OKDE-Spartacus, estaba en Antarsya y contra esa política. Y un tiempo después, obligados por la traición de Tsipras al apoyar la salida de la DEA de Syriza, no hacen un balance serio y siguen aplicando la misma política desastrosa en Portugal y en el Estado español.
Los militantes del SU ni siquiera proponen más el concepto “anticapitalista” para la conformación de esos partidos. Basta ser “anti-austeridad”.
En Portugal, los cuadros del SU son la espina dorsal de la dirección del Bloque de Izquierda. El Bloque apoyó al Partido Socialista (PS) –el viejo partido socialista portugués que se desgastó profundamente cuando su ex primer ministro Sócrates fue procesado y estuvo preso– para que pudiese formar gobierno, y está defendiendo en Portugal ese gobierno burgués de Antônio Costa del PSP, con el argumento de que este aceptaría tomar medidas mínimas “anti-austeridad” contra la “derecha”. Pero ese gobierno llamado de ‘Geringonça’, que solo puede mantenerse porque se basa en el sostén del Bloque y del Partido Comunista portugués, tampoco es ‘anti-austeridad’. No tiene cómo ser anti-austeridad sometiéndose a la Unión Europea y sus dictámenes. Recientemente, el propio Bloque, en su resolución de la dirección nacional, afirmó que su política es basarse en un compromiso de presupuesto. Pero su propia dirección informa que el PS, al hacer sus presupuestos, se mantiene en el marco de las directivas neoliberales de la Unión Europea, que orientan la guerra social contra los trabajadores europeos.
La resolución de la Mesa Nacional del Bloque de Izquierda del 22/4/18 simplemente pide que el compromiso con algunas medidas tímidas sea cumplido. “Compromisos para valer. El acuerdo entre el partido socialista y los partidos a su izquierda asentó un compromiso. El Bloque de Izquierda y el PCP negociaron sucesivos presupuestos en el cuadro de restricciones asumidas por el gobierno bajo imposición de Bruselas, a pesar de no concordar con las mismas”. En seguida, hace quejas y reclamos sobre algunas medidas como la falta de concursos, etc. O sea, la política del Bloque es sostener el gobierno del Partido Socialista portugués que, según ellos mismos, no rompió con la austeridad, pues no rompió con los dictámenes de la Unión Europea.
Podemos pasó de declararse “antisistema” y no “aliarse con las castas’ a buscar una alianza con el PSOE, el viejo partido socialdemócrata, y continúa siendo la apuesta de Izquierda Anticapitalista, el grupo del SU en el Estado español. Los integrantes de Izquierda Anticapitalista no solamente se disolvieron sino que incorporaron el programa y el discurso de la dirección de Podemos, como Iglesias.
El caso de Francia expresa los resultados de esa estrategia, pues es el país donde el antiguo SU tenía su partido más importante, la LCR. Después de que el SU implementó la política de que la LCR rebajara su programa y se disolviera en el partido NPA, pasó por una profunda crisis al ser superado electoralmente por los reformistas del Frente de Izquierda (FDG) de Mélenchon, lo que hizo surgir una ruptura por la derecha del NPA, la corriente Izquierda Anticapitalista, que adhirió al FDG. Así se redujo mucho la fuerza que llegaron a tener como LCR en el inicio de los años 2000, cuando llegaron a tener alrededor de 2.000 o 3.000 militantes, y rondaban 5% en términos electorales.
Pero también aparece resistencia. Hoy hay una crisis en el NPA, una disputa a partir de cuadros de varias tendencias a la izquierda, que vienen oponiéndose al giro a la derecha y a los sectores que responden a la dirección del SU. Los sectores de la izquierda llegaron a tener mayoría en la dirección a partir de 2015, con un proyecto que contrariaba a la dirección mayoritaria del SU. Esta hizo grandes esfuerzos para construir una plataforma común entre los sectores que responden a la mayoría. Para conseguir juntar esos sectores, la mayoría incluso no levantó su política de fondo en el congreso, aceptando que en Francia en NPA disputara las elecciones con un candidato obrero, P. Poutou, y no apoyase a Mélenchon, que está ligado a Podemos y al Bloque de Izquierda. Por lo tanto, en Francia, el SU tolera una política distinta de su política general de apoyar a los neorreformistas. Pero aún así no se consiguió formar una mayoría en el último congreso del NPA en 2018, y la crisis permanece.
Después de ocho años sin congreso, en 2018 se realizó el congreso del SU y una vez más votó la política de los partidos amplios y la orientación de construir Podemos, Bloque de Izquierda, etc. Hubo una plataforma de oposición, con posiciones enfrentadas con la mayoría, pero con una votación bien reducida.
El SU hoy ya no cumple un papel ni tiene ninguna posibilidad de ser parte de la lucha por la IV Internacional, por la internacional revolucionaria. Los que aún participan de esa federación y tienen otra perspectiva, si aún quieren luchar por la IV Internacional, ven cada vez más la necesidad de buscar alternativas. El camino pasa por la reconstrucción de la IV a partir de las bases programáticas fundacionales, con todas las actualizaciones necesarias y con la misma concepción de partido y de internacional que estuvo en la base de su fundación. Esta es la propuesta de la LIT.
Notas:
[1] Lea la primera parte de esta serie: https://litci.org/es/menu/especial/80-anos-de-la-cuarta/la-lucha-la-reconstruccion-la-iv-internacional-papel-del-parte-i/
[2] Todas las citas de Bensaïd corresponden a su informe al congreso de 1995.
Traducción: Natalia Estrada.